domingo, 7 de marzo de 2010

El viaje



¨El hecho de haber tenido que fotografiar el desierto, desde muy jóven,
me ha preparado para fotografiar las cosas más decepcionantes,
para seguir cada día todo aquello que es difícil de fotografiar,
a esperar en la retaguardia, a ser sensible a un detalle minúsculo,
a estar a la escucha de sonidos aparentemente sin importancia,
una palmera, una duna, un peñasco, un camello, una persona.¨
Raymond Depardon, Errances



Deambular fue lo que hicimos mis amigos y yo cuando decidimos viajar a Real de Catorce, llegamos en tren desde la ciudad de México a la estación llamada Wadley, eran mediados de diciembre del 2007 cuando emprendimos esa aventura. Sin conocimiento previo del lugar llegamos tan sólo por las referencias de una amiga de la universidad. Encontrar los negativos de las fotos que tomé en esa ocasión fue un descubrimiento de la mirada.





Me recuerda a esas imágenes de cuando se iniciaba la fotografía como medio de conocimiento, las postales eran la forma en que las personas sabían de lugares lejanos, ¨exóticos¨, sin lugar a duda, la foto siempre ha estado ligada a la aventura, al caminar hacia una dirección muchas veces incierta, cosa que considero, afirma al camino como lo más importante, más alla del destino al que se llega, porque este viaje se trató de eso, de confundirnos con el camino. En cuanto bajamos del tren nos internamos en el desierto siguiendo las veredas para encontrar la magia, y no es exagerar, como es el caso de dos niños montados en sus burros, que al perdirles permiso para hacerles la foto, ellos consideraron que no estaban presentables por el simple hecho de que según ellos, las correas estaban sucias, debo de confesar que jamás me he vuelto a topar con tal humildad e inocencia. Utilizando una sonrisa de por medio se dejaron al final fotografiar, entendí lo que significa el respeto y la dignidad de retratar a una persona.



No tocamos la regadera hasta después de 5 dias, de hecho hasta que cada quién regresó a su casa, fue dormir al aire libre donde nos encontrara la noche, prender fogatas, comer las latas de atún. Caminar hacia Real de Catorce subiendo cerros, buscándo el pueblo, me enamoré de esa sensación de no tener camino, un poco de temor mezclado con emoción, una embriagante libertad.






Hicimos dos días para llegar a nuestro destino, uno de esos días cumplí 20 años subido en un cerro. A final llegamos a Real para estar tan sólo unas cuantas horas, el cometido se había logrado, en ese entonces mi vida la dividía entre antes y depués de estar en el desierto. Bajamos hasta la Estación 14, donde por cierto el tren de regreso nos dejó por lo que tuvimos que tomar un camión a la cd. de México